martes, 10 de noviembre de 2009

Pétalo 163 :) Yerbajos y lluvia

Bueno que hace unos días que no os traigo ningún cuento oriental que me consta son los que os gustan. Este dice así, dicen que hubo una vez un jardinero amante de su trabajo que cultivaba las más bellas flores del emperador. 

Tenía un don para diseñar jardines de ensueño seleccionando con sumo cuidado qué flor iba a poner cercana a qué otra flor para engrandecer la belleza de ambas especies.

La posición de cada planta nunca quedaba en manos del azar, sino que era cuidadosamente estudiada, pensada y elegida sabiendo la aportación que de forma individual hacía al conjunto, no podía soportar tener un jardín en el que no estuviera todo como él deseaba admirarlo. 

Un buen día, llegó hasta él un muchacho que al igual que nuestro jardinero amaba la belleza de la naturaleza y deseaba aprender todos los secretos para poder crear esas maravillas.

Sus conocimientos sobre jardinería eran amplios, sus ganas de aprender, incuestionable su afán de superarse. Así pues, nuestro aprendiz se presentó ante el jardinero equipado con todas sus herramientas para comenzar a trabajar desde el primer día.

El jardinero miró detenidamente al aprendiz, como cuando miraba a sus flores. Era un muchacho inquieto, con una mirada vivaz y su aspecto era impoluto. Ni una herramienta fuera de su sitio, ni una mancha en su ropa de faena.

- Jovencito ¿A qué hora te has levantado esta mañana?

- Aún no había amanecido, señor. Quería tener todo preparado para este momento. He revisado que todas mis herramientas estuvieran preparadas y en orden, así como  que no faltara nada en la caja, varias veces maestro jardinero. 

El jardinero se entristeció al escuchar estas palabras. "Si desea tenerlo todo perfecto jamás será un buen jardinero", pensó, aún así se propuso firmemente enseñarle todo lo que él aprendió de su maestro, y ayudarle a comprender uno a uno, los secretos que hacían de sus jardines los más maravillosos de todo el reino del emperador. 

Le enseñó por qué unas flores resaltan la belleza de otras y por qué algunas flores sin embargo, anulan a sus compañeras, no es cuestión de una flor en concreto si no del efecto que provocan en su conjunto.

Le enseñó la necesidad de elegir adecuadamente cómo deseas tener tu jardín y una vez decidido, ponerse manos a la obra para conseguir ese objetivo.

Nuestro aprendiz, ávido en conocimientos, se impregnaba de las palabras de su maestro y asimilaba con sorprendente facilidad las lecciones que este le iba dando día tras día.

Una mañana, nuestro jardinero recibió orden del emperador de crear un pequeño jardín de recreo. Deseaba que ese fuera su regalo de cumpleaños para su hijo, el futuro emperador, que cumplía cinco años. Debía ser un espacio recogido y acogedor, alegre y seguro, lleno de belleza y vitalidad.

El jardinero pensó, que su aprendiz estaba lo suficientemente preparado para realizar un encargo de este tipo. Además, al ser jóven, seguro que tenía ideas más apropiadas y más del agrado del pequeño príncipe.

Así pues, nuestro jardinero llamó a su aprendiz y le transmitió la orden del rey de crear un pequeño jardín para su hijo y su deseo de que fuera él quien lo diseñara y lo llevara a cabo. Solo le dió una consigna más: "muchacho, ten siempre claro cual es tu objetivo.

Selecciona con cuidado las plantas que deseas incluir en tu obra, así como los espacios que precisan para vivir felices. Trabaja con pulcritud y con perfección eficaz, pero no dejes nunca que tu afán por las cosas bien hechas te distraigan de tu objetivo principal"

El jardinero estaba muy satisfecho con los logros de su aprendiz. Si bien es cierto que tenía un don especial para la jardinería y sabía que en poco tiempo podría crear jardines más espectaculares que los suyos propios, sin embargo, en el fondo albergaba un temor de que ese celo por la perfección que su aprendiz mostraba con tanta frecuencia fuera un freno para su trabajo.

El aprendiz apenas pudo pegar ojo en toda la noche. En su cabeza bullían las ideas sin parar. Todas las flores, todas las plantas, todos los árboles, todas las posibles composiciones iban pasando como si fuera una película por su cabeza. Fuentes, piedras, toldos, peces de colores, arroyos, arbustos, puentes... adecuadamente distribuidos formarían el jardín de recreo más bonito que ningún heredero tuvo jamás.

Por la mañana temprano corrió hacia su maestro para contarle punto por punto como era el jardín que había diseñado en su cabeza. El maestro se quedó sorprendido ante la imaginación de su aprendiz y le dijo: "Desde este mismo momento, dejas de ser aprendiz para convertirte en un nuevo jardinero del rey. Prepara todo el material que necesitas y ponte manos a la obra"

Nuestro jardinero perfeccionista en su trabajo no sólo hizo acopio de todo el material que necesitaba, sino que él mismo comenzó a preparar todo el terreno. Día a día, se veía como iba tomando forma el lugar de recreo del pequeño príncipe.

El rey, la reina y varias personas de la corte, paseaban diariamente por delante del jardín en construcción para ver los progresos y para dejarse maravillar por cada flor elegida, por cada nueva arquitectura que iba introduciendo, por cada pequeño detalle que añadía. Era impresionante como trabajaba el nuevo jardinero. Desde antes del amanecer ya estaba moviendo tierra y ya comenzaba a ponerse el sol cuando daba un paseo por todo el conjunto para organizar por donde debía comenzar al día siguiente.

El día del cumpleaños de nuestro príncipe se acercaba y por fín la obra de arte había concluído. El viejo jardinero estaba orgulloso de haber cedido este trabajo al que fuera su aprendiz y así se lo hizo saber. "Maestro, estoy preocupado porque no dejan de salir hierbas que afean mi obra. Me gustaría que cuando el pequeño príncipe reciba su regalo de cumpleaños esté todo perfecto".

El antiguo maestro frunció el ceño y con voz serena le dijo: "Muchacho, un jardín es algo vivo, en constante cambio, como las personas. Unas flores nacen nuevas mientras otras se marchitan. Siempre habrá una flor seca, una hoja caída, una hierba fuera de su sitio".

Nuestro objetivo es que el conjunto sea perfecto, a pesar de las pequeñas imperfecciones. Si olvidáramos nuestro objetivo de conjunto, nuestro jardín se echaría a perder en un suspiro. Nos convertiríamos en esclavos de las pequeñas imperfecciones y nuestro jardín en víctima de nuestro perfeccionamiento".

El muchacho, como siempre escuchaba a su maestro. Sin embargo, en esta ocasión no estaba del todo de acuerdo con él. El deseaba por encima de todo que su jardín estuviera perfecto para el gran día, al fin y al cabo iba a ser el jardín del heredero. 

De esta forma volvió a revisar palmo a palmo, centímetro a centímetro su primera gran obra.

Primero fue eliminando todas las piedras que iba encontrando, grandes, medianas y pequeñas.

A fue eliminando todas aquellas flores que tenían cualquier tipo de imperfección.

Por último comenzó a inspeccionar la tierra libre de piedras, para descubrir, cualquier asomo de mala hierba o yerbajos para terminar arrancándolas del suelo que tanto lo afeaba.

Algunas de estas hierbas tenían raíces interminables, lo que le obligaba a escavar incesantemente hasta poderla sacar completa. Con todo este trabajo, nuestro joven jardinero perdió la noción del tiempo y no se dió cuenta de que el gran día estaba a menos de 24 horas cuando se puso a llover copiosamente. Tanta lluvia le impedía seguir trabajando, pero él se sentía orgulloso de haber podido eliminar hasta la última brizna de hierba, junto con sus raices del jardín real. 

A la mañana siguiente, unos golpes muy fuertes en la puerta de su casa le sacaron de la cama asustado. "Por orden del rey, quedas desterrado de este reino por el destrozo realizado en el nuevo jardín del príncipe".

El joven jardinero no podía dar crédito a lo que oía. Arrastrando se lo llevaron hasta donde estaba el monarca para que pudiera ver el espantoso resultado de su incesante trabajo en los últimos días. 

Al lado del monarca estaba su viejo maestro que observaba su obra con la mirada triste. Cuando estuvo a su lado, miró su precioso jardín y no pudo dar crédito a lo que vió.

Su precioso jardín era un barrizal, donde ni una flor, ni una hoja verde devolvía nada de la belleza con que fue diseñado.

En su afán de dejar sólo las flores y las hojas que fueran absolutamente perfectas, armoniosas, olorosas y admirables fue arrancando una a una todas y cada una de las flores que había en el jardín.

Al quitar todas las piedras, grandes, medianas y pequeñas, el agua de lluvia que cayó el día anterior fue arrastrando la arena sin tener ningún obstáculo que la detuviera.

Al quitar todas las raíces de la hierba que nacía salvaje, quitó a la tierra la estructura que hace que se mantenga firme ante la lluvia o los fuertes vientos.

Empleando gran esfuerzo en quitar todos los defectos, olvidó regar todo lo que había plantado y si bien el día antes había llovido mucho, lo cierto es que hacía semanas que él no había regado nada.

Empleando gran esfuerzo en quitar flores y hojas imperfectas, fue destrozando la bella forma de árboles, rosales y arbustos dando una apariencia de plantas pobres y terreno absolutamente desolado.

Empleando gran esfuerzo en elimitar todo defecto, dedicó tanto tiempo a lo que no le gustaba que olvidó cuidar aquello que había elegido para la gran obra de su vida.

A lo largo de nuestra vida, en algunas ocasiones olvidamos cuidar de aquello que es importante y le dedicamos tiempo y esfuerzo a lo aparente.
Quizá el excesivo empeño en nuestro perfeccionismo y en que todo salga conforme a nuestros esquemas de orden y control nos lleva a centrarnos sólo en los medios, y terminamos perdiendo de vista  lo que verdaderamente nos mueve de veras que es al fin y al cabo lo importante. 


Ya lo decía Confucio, las ramas de los árboles no me dejan ver el bosque, espero que disfrutéis de las ramas en vuestro rostro y seáis capaces de observar el bosque a lo léjos. 


Un abrazo. Mari Cruz

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