lunes, 30 de marzo de 2009

Pétalo 49 :) Margaritas a los cerdos

Un día se presentó ante un anciano que tenía fama de ser muy sabio, un jóven con aspecto atribulado.

-  Maestro, dijo,  me siento desesperado. Me siento tan miserable que me faltan las fuerzas para emprender cualquier cosa. Pienso que no sirvo para nada y que mi vida es un fracaso.

En realidad nadie me escucha ni aprecia la buena intención de mis palabras. Me han dicho que vuestros remedios y enseñanzas son muy especiales y estoy dispuesto a serviros en lo que necesitéis, pero por favor, ayudadme con mi problema.

-  El anciano, casi sin mirarlo, le contestó: Cuanto lo siento muchacho, no puedo atenderte, ya que primero he de resolver mi propio problema. Quizá después.  

Y haciendo una pausa agregó: Si tu quisieras ayudarme a mí primero, resolveríamos mi problema con rapidez y después podríamos encargarnos del tuyo.

-  De acuerdo maestro, respondió el jóven.

-  Bueno, entonces lo que vamos a hacer es, dijo quitándose el anillo de su mano: Vas a intentar vender este anillo en el mercado. Necesito este anillo para pagar una deuda. Vete al mercado e intenta sacar la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro.

-  El jóven tomó el anillo, se fue al mercado y empezó a venderlo a las gentes que, al principio, lo miraban con interés, hasta que llegado un momento un jóven le dijo que pedir una moneda era desatinado.

Algunos se reían, otros se daban media vuelta, tan solo un viejecito fue tan amable como par a tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valioso para ofrecer a cambio de ese anillo. Con ánimo de ayudar alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre. Pero dado que el joven tenía instrucciones de no aceptar menos que una moneda de oro lo rechazó.

-  Maestro, dijo al regresar a la casa,  lo siento no he podido hacer el trabajo que me pedíste, quizá pueda conseguir 1 o 2 monedas de plata, pero no creo yo que pueda engañar a nadie con respecto al valor de este anillo.

-  Qué importante lo que dijíste, jóven muchacho, respondió el maestro, debemos saber primero el valor del anillo para que puedas terminar de hacer el recado.

Vuelve al mercado y ve al joyero, quien mejor que él para saberlo. Díle que quieres vender el anillo y pregúntale cuánto daría por el. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con el anillo.

-  El  jóven se fue raudo y veloz  para hablar con el joyero, quien examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego dijo: Muchacho díle al maestro que si lo quiere vender ya, no puedo darle más de 58 monedas de oro por su anillo.

- ¿Qué dice joyero? ¡58 monedas de oro!  exclamó el jóven. 

- Si, si ya se que con el tiempo podríamos obtener cerca de 70 monedas de oro. Pero esto es lo máximo que puedo ofrecerte por el momento por el anillo. 

-  El  jóven volvió corriendo a casa del maestro a contarle lo sucedido.

-  Siéntate, dijo el maestro después de escucharlo, tu eres como este anillo, una joya única y valiosa y como tal solo puede evaluarte un verdadero experto. Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo de su mano izquierda.

-  El muchacho se alejó de la casa sonriendo, mientras una parte muy profunda de sí mismo decía: ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? Recuerda siempre tu gran valía. 

Cuento de Jorge Bucay 

Un abrazo. Mari Cruz 

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